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Seguro que en numerosas ocasiones hemos escuchado en nuestra clase de yoga al profesor o profesora utilizar la palabra “asana” y no hemos tenido del todo claro a qué se refería exactamente.

La palabra “asana” proviene del sanscrito, en esta lengua la raíz “as” significa estar sentado, habitar. De una manera más trascendente podemos definir el vocablo “asana” como “establecerse en el estado original”, esta podría ser una buena traducción, pero a un nivel más técnico la palabra se refiere a la naturaleza estática de una postura o asiento que proporciona estabilidad, salud y liviandad.

Patanjali escribió los yoga-sutras alrededor del siglo III antes de Cristo, y en él recopiló todas las bases y preceptos del yoga que existían hasta el momento, algunos estudiosos piensan que no lo hizo solo, sino que se trataba de un grupo de diferentes personas que trabajaron en diferentes momentos para recoger todas las enseñanzas.

En este texto se recogen las primeras posturas del yoga y podemos observar que eran pasivas, quiero decir que se trataba de posturas usadas para la meditación tales como padmasana o postura del loto, Shidasana o postura perfecta o sukhasana también conocida como postura fácil. No obstante, mitológicamente se nombran hasta 72000 asanas aunque evidentemente se trata de una exageración que pretende simplemente dar cuenta de la gran cantidad de posturas posibles, aunque en nuestra práctica habitual solemos utilizar alrededor de 100.

En los yoga-sutras, texto citado anteriormente, Patanjali hace hincapié y deja bien claro cuáles deben ser las pautas para realizar un asana y para ello utiliza dos conceptos que son : sthira y sukha.

Estas dos palabras provienen también del sanscrito y nos dan las claves para construir la postura correcta.

Sthira significa firmeza y estabilidad mientras que sukha se traduce como espacioso, cómodo, agradable y sin esfuerzo.

Estos dos conceptos tratan de mostrarnos el equilibrio necesario para construir el asana, es un equilibro entre contrarios, donde sintiéndonos cómodos y espaciosos, sin perder el enraizamiento somos capaces de buscar la estabilidad sin perder la atención.

Evidentemente este equilibrio en la postura es un trabajo que requiere mucho tiempo y mucha conciencia corporal, también un respeto al propio ritmo personal de cada alumno que no ha de precipitarse ni impacientarse por llegar rápido a una postura determinada y como no una buena dirección por parte del profesor/a que tiene que saber medir las exigencias y proporcionar a cada alumno las pautas concretas que necesite según su particularidad.

Es fundamental reconocernos en nuestros límites y tener la humildad suficiente para no excedernos ni dañarnos a nosotros mismos en busca de la postura perfecta, darnos tiempo y disfrutar el camino, sentir la respiración y el proceso del asana el tiempo que necesitemos.

Vivimos en tiempos complicados para el yoga y corremos el riesgo de confundir la forma con el fondo. En una sociedad de las “poses” y el “postureo” nos llegan constantemente imágenes de jóvenes esculturales practicando posturas imposibles y posando para la foto, convirtiendo el asana en algo vacío dirigido al reconocimiento externo, a la mirada de los otros, a un simple engorde del ego, nada más ajeno al verdadero asana y al verdadero yoga.

Por eso no hay que perder de vista los orígenes de esta maravillosa práctica milenaría y no olvidar nunca que el asana no se puede separar de su verdadera y última razón de ser, la consciencia porque al fin y al cabo de eso trata el yoga.

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